El planeta padeció una serie de procesos que fascinan a los científicos
Venus ha vivido tiempos mejores. Aunque es casi tan grande como nuestro planeta, algo salió mal en su relación con el calor. Envuelto en capas tóxicas de dióxido de carbono y ácido sulfúrico, Venus tiene temperaturas que superan los 300 grados Celcius.
Como si eso no fuera suficiente, la presión en su superficie es casi 100 veces más intensa que en nuestro nivel del mar.
De acuerdo a un artículo de Universetoday, Venus, al igual que la Tierra, pudo haber tenido océanos y una atmósfera amigable. Sin embargo, la tragedia golpeó cuando nuestro Sol aumentó su brillo un poco más.
A medida que las estrellas envejecen, se vuelven más radiantes, y la zona habitable se desplaza. Por ello, Venus se calentó gradualmente, llevándole a un punto sin retorno.
El cambio irreversible
Venus comenzó a cambiar de manera sutil. Primero, unos grados más en la temperatura, luego la atmósfera se volvió una experta en atrapar el calor. La radiación que antes se escapaba, quedó atrapada, iniciando un ciclo destructivo. Los océanos hirvieron, los ríos y lagos desaparecieron, y cada gota de agua terminó en los vientos atmosféricos.
¿Qué le pasó a Venus?
Sin el efecto limpiador de las placas tectónicas como en la Tierra, Venus acumuló dióxido de carbono a niveles peligrosos. Sin agua para actuar como lubricante, el movimiento de las placas se detuvo, y la atmósfera se hinfló hasta alcanzar su tamaño actual. Venus, en su intento por seguir siendo una hermana similar a la Tierra, se asfixió, dejándonos con un planeta sin vida.
Este proceso cósmico no solo nos ofrece una visión desgarradora de Venus, sino también una lección sobre el destino de los planetas en nuestro sistema solar.
A medida que el Sol envejece, su brillo aumenta, y la zona habitable se expande. En unos 500 millones de años, la Tierra seguirá los pasos de Venus, con océanos hirviendo y continentes inmóviles, convirtiéndose en un gemelo sin vida de nuestra vecina.
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